Si ha estado en un restaurante o un bar muy lleno de gente, habrá experimentado el “efecto Lombard”. Así denominamos a nuestra tendencia a hablar más alto cuando aumenta el nivel de ruido a nuestro alrededor, lo que crea un círculo vicioso de contaminación acústica. En un restaurante, la cacofonía resultante puede suponer una molestia. Pero en las escuelas y los hospitales, el efecto Lombard tiene consecuencias más graves.
Un estudio reciente determinó que la mitad de los docentes había sufrido daños permanentes en su capacidad vocal debido a la necesidad de gritar para que se les oyera en clases en las que había mucho ruido1. Y los estudios demuestran que los estudiantes también lo pasan mal. Al realizar una tarea con ruido de fondo, en el 25 % de los alumnos de primaria se apreció una reducción del rendimiento en términos de memoria. Y un aumento de 20 dB en la contaminación acústica general ha demostrado retrasar la edad lectora de los niños de 9 a 10 años hasta en ocho meses2.
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